domingo, 17 de enero de 2016
En la cocina
Allí estaba... en la silla, explicando al mundo su verdad. Esa verdad que a veces duele.
Su dolor, intriseco, sucio.
Nadie la escuchaba, la gente vive cansada, tan agotada que no pueden con su propia carga,
y ella calló. De repente se dió cuenta de que el gran árbol ya no tenía hojas, cuando había estado
lleno y verde, tan verde que se te encongia el alma, y una emoción llegaba al corazón.
Su mirada cansada. Y sentí de repente una agonia, que no podía fallarme la intuición. No era
un día más. Era ese día, en el que ni siquiera un gran abrazo sincero la lograria conmover.
Noté ciertas manchas, mientras escuchaba aquel pasado lejano mejor.
Una certera queja de soledad. Y aquel triste sentimiento de impotencia que me recorría el cuerpo.
Pastillas y un café caliente y pan.
Encendí un cigarrillo y dejé que el humo saliera lentamente embrujando el momento. Yo allí. Junto a
ella. Lo ví entonces. Entendí la verdad y me hice en silencio el juramento de quedarme en la cocina siempre, aunque mi cuerpo realmente no existiera más.
Otro día más. Misma rutina. Aguanté el café caliente entre mis manos. Y soplé.
Dónde quedarían todas aquellas histórias ? en el aire.Tal vez.
Daba igual cualquier palabra que yo dijera, nada la consolaria, eso era cierto. Tan cierto como que el arbol volvería a ser verde de nuevo.
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