Estoy aquí, no me ves? estoy sola ya lejana del mundo exterior. Ya aparte, pero con una tranquilidad infinita, sin los problemas de la lejanía tardía del mundo que me rodea.
Era una mujer que rondaba los sesenta y pico, guapa, pero ocupada en sus pensamientos rizosos como su pelo. Agradecida del mundo, de la vida y del cielo vivo lleno de colores. Viendo esto que más podría decir de aquellos ojos sinceros?.
Simplemente que aquella mirada inocente me sucumbía a lo más profundo de mi sinceridad amarga.
Al menos podría haberme dicho una palabra de ánimo, de dulzura, pero ella nunca fue así, siempre fue tirando a una aridez de humor. Y yo siempre esperando mis palabras de ánimo. Sostengo la esclava en la mano y la miro, pone que "yo valgo mucho", y lo sé en mi interior, pero mi autoestima está en niveles tan bajos que escodo bajo lentillas de colores. Que a ella no le gustaron!. Y esa es mi niña guapa la mejor del mundo entero, la de la sonrisa blanca. La del cielo azul, tan azul que te duele la vista, tan claro como lo es ella en su mundo.
martes, 18 de octubre de 2016
domingo, 17 de enero de 2016
En la cocina
Allí estaba... en la silla, explicando al mundo su verdad. Esa verdad que a veces duele.
Su dolor, intriseco, sucio.
Nadie la escuchaba, la gente vive cansada, tan agotada que no pueden con su propia carga,
y ella calló. De repente se dió cuenta de que el gran árbol ya no tenía hojas, cuando había estado
lleno y verde, tan verde que se te encongia el alma, y una emoción llegaba al corazón.
Su mirada cansada. Y sentí de repente una agonia, que no podía fallarme la intuición. No era
un día más. Era ese día, en el que ni siquiera un gran abrazo sincero la lograria conmover.
Noté ciertas manchas, mientras escuchaba aquel pasado lejano mejor.
Una certera queja de soledad. Y aquel triste sentimiento de impotencia que me recorría el cuerpo.
Pastillas y un café caliente y pan.
Encendí un cigarrillo y dejé que el humo saliera lentamente embrujando el momento. Yo allí. Junto a
ella. Lo ví entonces. Entendí la verdad y me hice en silencio el juramento de quedarme en la cocina siempre, aunque mi cuerpo realmente no existiera más.
Otro día más. Misma rutina. Aguanté el café caliente entre mis manos. Y soplé.
Dónde quedarían todas aquellas histórias ? en el aire.Tal vez.
Daba igual cualquier palabra que yo dijera, nada la consolaria, eso era cierto. Tan cierto como que el arbol volvería a ser verde de nuevo.
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