Su historia no era aquella en la que una niña de 15 años era feliz.
Pastillas verdes, azules, tal vez rojas...rodaban por el suelo, mientras ella había ingerido suficientes. Esperó una hora y su vida se mantuvo atenta, se dió cuenta de que aquello no era una buena 💡, corrió asustada al baño y se metió un par de dedos y junto a los restos de la medicación, se sintió tan y tan sola, tan vulnerable, que una lágrima resbaló triste en su mejilla, de pronto se mantenía en un sillón qué un día fue granate, sin poder hablar o comer...
Wowwww!!!! 30 años después, seguía resonando en sus oídos la peor frase de su vida, sin duda alguna, "le quiero", y yo moría como lo tenía que haber hecho, en aquel revoltijo de pastillas de menta...
Saludos desde mi rincón
Driadea